Bodei, interesado por el psicoanálisis ha analizado los vínculos entre psicoanálisis y sociedad, las relaciones entre filosofía y psicoanálisis o la hermenéutica y la ciencia. En Le logiche del delirio, ofrece la lectura de una carta de Freud, para ver cómo el pasado se adhiere al presente; en Il dottor Freud señala que la grandeza freudiana «fue la de usar el conocimiento y los afectos como dispositivo conjunto para salir de la pasividad», pese a depender de «modelos blindados de tipo positivista». De ahí que haya trabajado asimismo sobre teoría de la memoria: en su ensayo Piramidi di tempo, de 2006, analiza otra sutura y otras ramificaciones mentales, como es la sensación extraña de haber vivido ya una situación anterior.
Recientemente, su ensayo Paesaggi sublimi, de 2008, analiza la experiencia extraña que se siente ante ciertos paisajes, comparando la sensibilidad de hoy con la antigua, más allá de la visión estética que él sintetizó en su monografía Le forme del bello, 1995. En La vita delle cose, de 2009, hace un penetrante ensayo sobre el revés del sujeto, ese mundo de objetos que afluye hacia él; su escrito viaja a través de los clásicos y sus visiones, la memorias de las cosas, o los bodegones holandeses. En Ira, de 2010, analiza uno de los siete pecados capitales, que es una pasión que irrumpe con fuerza y que no siempre es negativa.
Razón y pasiones, extremos de tu reflexión. ¿Cómo vivir entre esos dos límites?
No creo que haya que invertir el viejo sistema según el cual existiría una jerarquía dominada por la razón, donde ésta oprime a las pasiones en cuanto elementos de la turbación del alma, del control de sí mismo o, en sustancia, de la prevalencia posible de la fuerzas irracionales. Dan miedo tanto una razón impotente como una pasión sin fronteras. Y para conseguir su canalización en nuestro interior precisamente hay que valorar, hasta aceptarlo, el vínculo –en parte opuesto, en parte complementario– existente entre pasiones y razón: un vínculo, eso sí, inestable y no exento de riesgos. Pues no conviene verse sólo desde el exterior, como si se estuviese fuera de uno mismo mirándose en un espejo: conviene evitar las posiciones extremas y no matar la propia pasión.
Pero me siento más bien un racionalista, siempre que la razón atienda a ciertas zonas incultivadas de nuestra mente. No creo que exista una enemistad entre pasiones y razón; y defiendo, de hecho, la posibilidad de que la razón sea más hospitalaria, se escape de sí misma, se exceda. La razón ha de acoger lo , eso sí sin perderse, sin naufragar. Así pues, hay que transformar la razón para que acepte ciertas aperturas y se haga cargo de la transformación de la vida de los individuos. No admiro, por tanto, ni el abismo nihilista ni la razón vista como una fortaleza. Sin duda, necesitamos umbrales para pasar de la contemplación a la acción: pero un umbral es un límite y no una muralla; e incluso la idea de límite contiene a la vez las ideas de frontera y de más allá.