martes, 25 de febrero de 2014

LUIS THONIS / VIENTO AGRIO ( fragmento )

LUIS THONIS


Fragmento de VIENTO AGRIO el nuevo libro de Luis THONIS





Morir en el extranjero ha sido para algunos un acto de protesta, un llamado a alguien, a un compatriota que nunca conoció. No quiero morir en esta ciudad, pero no imagino otro sitio para que me den la extremaunción: ahora no veo tan penoso terminar como un personaje de novela, en la cama, sin necesidad de escribir alguna fúnebre epístola sin vocación de posteridad, evocando médanos de múltiples formas geológicas, arroyos turbios, arbustos amarillos y espinosos, con tallos que se unen como globos y tan ígneos que una chispa basta para extender el incendio por el cuerno de cabra de la gran sábana.

Uno quisiera deslizarse por el borde de unos riscos por la arboleda de cipreses y entre hierba y escarcha descender al océano. Los árboles reflejan la cualidad velluda de su especie, el océano y la pampa también. Este nuevo siglo apunta a ser el de la filosofía pero para mí el único problema es si se puede morir o no de dolor. El dolor que resuella como cordero o grazna como buitre o rechina en el corazón mismo del silencio. Soledad, dolor, silencio: todo el teatro humano se protege de eso y está bien que así sea. Pero nadie sabe de ese tejido del que están hechos los sueños, ha dicho Shakespeare y menos cuando ese tejido se deshace, el sueño se vuelve pesadilla y se vive la pesadilla como el mejor de los sueños. Ya que no fui muerto en combate, no tengo el cuerpo lleno de heridas como el general Villegas, morir de dolor sería ser vencido por algo ajeno a mí que tal vez sin saberlo produje. Olvidar no es posible porque mi piel está hecha de historia. Me volvería un ser con cara de pascuas, mirando fijamente los escaparates. Como es un dolor único se puede aprender a saborearlo. Si no se lo niega y explora nos revela desde ángulos inéditos días que fueron dichosos, cosas que no advertimos ni escuchamos cuando nuestras orejas ardían a toques de corneta. La muerte conspira contra la lógica y la razón que cuando entra a delirar hasta promete vida eterna en la tierra. Cuando la muerte irrumpe en el pensamiento y el cuerpo acusa signos de ella como una puñalada de atrás en una pulpería, todo lo que se sabe no cuenta, arrincona a la vida que empieza a dar vueltas sobre sí misma como si buscara su propia infancia. Ante ella, el hombre más poderoso, está expuesto a lo que no sabe. Por eso, al llegar al poder, los hombres violan las promesas, piden más y más poder. Quieren con eso conjurar la muerte, lo que equivale a tapar el sol con la mano para quedarse mirando el dedo. La muerte, como el sol negro del poeta, nos entrega una hilacha de luz sin la cual la vida es una mueca espantadiza. Somos todos expósitos ante ella. Los nihilistas se engrillan ante ella, la idolatran porque le atribuyen la lírica de una igualdad letal. Los poetas contemporáneos piden cambiar la vida, pero yo sólo puedo cambiar de muerte aceptando que ella estuvo y fue parte de mi vida, el viento agrio era esa frontera que sacudía el pasaje entre vida y muerte, enterándome que el amor es arbitrario e injusto juez que decide el color que tendrá mi vida y contaminará a mi muerte. Cuando oigo hablar del pecado traduzco “no volver a las andadas” y cuando pienso en el paraíso me vienen a la cabeza las líneas de frontera, toldos que se mudan de un lado a otro y familias que huyen despavoridas y una curva de poniente a naciente trazada por la fe púnica de los indígenas. Vislumbro un infierno poblado de caranchos famélicos y el paraíso como una curva de terrible belleza donde las dos rayas negras del yaguané se vuelven una y se hace habitable si uno va bien montado y nunca faltan avestruces y gamas para bolear o peludos para cazar. Siempre imaginé al pecado como un reflejo lívido en un rostro que muestra todos los defectos o cualidades menos la que va a herir peor que el mejor puñal y que se desliza como un azul pálido en el cielo y que no miramos porque nos dejaría perplejo. A veces los estragos de la enfermedad descubren un rostro de insospechada nobleza y otras una fuente de energía intenta aflorar en los momentos de agonía. Nunca los hombres mejor entrenados pudieron capturar a un indio en una corrida a caballo; tampoco, creo, alguien supo ver directamente ese rostro del mal que ciertos poetas franceses celebran para distraer su inanidad empinando el codo. Extraño a menudo a Buenos Aires. Mi china en el vano de la puerta, agradeciendo en silencio al viento que haya vuelto con vida y con un amargo esperando para compartir con ella. Uno tiende a ser egoísta: la pérdida de este instante banal secretamente golpea mi corazón con mayor fuerza que el enjambre de mil tragedias. Compartir el mate con el ser que se ama, estirando el pecho ante una pira de leña y al compás de las llamas, nada puede reemplazar eso. Quisiera estar ahora en una de las calle larga, así llamada porque se hacía con arena y uno cruzaba con dificultad, casi jadeando. Algunos la cruzaban con brío en paso hacia la Recoleta pero a la vuelta era ganado por la fatiga. Me recordaba una porción de desierto en la ciudad. De pronto, en Paris, creo estar en ella cuando cruzo una calzada demasiado perfecta, de modo que quien avanza no sienta sus pies o el mismo caminar. Faltan esas cien bombitas de luz que derrochan resplandores sobre objetos de madera forrada en terciopelo negro y sobre estuches de peluche rojo sangre, cajas donde resaltan piedras preciosas, perlas, oro y nácar. Después de una módica cena, entre las luces vacilantes que flotan del escaparate, donde cuelgan diarios y cajas de cartón, me detengo en una mancha en la sombra un listón claro de gas interior. En esta ciudad, los caballos son ajenos, como sacados de prisiones, tratados por centinela mandón, no evocan un chasquido de cuerdas de guitarra o el lejano mugido de una vaca, nada tienen de alazanes estos monstruos negros y cuadrados que a veces dan algún cascabeleo violento entre resoplidos hasta que todo se envuelve en un ritmo más lento, a golpes de herraduras y se funden en masa con el carro que se aleja hacia una morada que acentúa el clima de novela policial tipo dos problemas para una solución. Nuestra historia se empeña en superar la novela: hay tres o más soluciones para un problema que a veces es inexistente y me la represento a través el gran expediente, de nuestras guerras y campañas, examinada por un fiscal que vacila ante los propios acusados que de tan soberbios se niegan a oficiar más de cien pelajes de caballo que fui descifrando como un alfabeto ecuestre. El overo rosado, el tobiano con manchas como vaca, el marrón del alazán, las crines blancas del ruano, el zaino casi negro, el tapado, negro completo, el hocico desteñido del pangaré, el lobuno torcaz, más gris que el gris tormenta. Por mi memoria incongruente pasan esos tonos que encantaban a mi mujer y el sonido que tenía su voz cuando nombraba el alazán, su preferido. Los pelajes pueden hacerle olvidar al hombre una orfandad original, que si se la piensa puede ascender hasta la altura del sol para caer luego hasta que las luciérnagas comiencen a titilar, como estrellas posadas en las zarzas, sobre un cementerio. A veces juego a las equivalencias: una medalla de plata que cuelga del bolsillo derecho de un chaleco me evoca el color huevo de pato propio del ruano. La carne asada, las roscas y los panes, entre otras cosas, no han podido ser sustituidas. Tampoco los campos guadalogos, los bosques ralos, una sierra azulada asomando en una laguna, la voz Urre -Lavquen - niebla y laguna -, la sierra que conduce al bosque y este a un monte que puede ir entrecortado por llanuras desde Bahía Blanca hasta Patagones y entrar en las provincias del norte. Recuerdos impresos en una piedra de amolar. 
( Viento agrio, fragmento)













Fotos : ALICIA GALLEGOS


Luis Thonis (Buenos Aires) publicó: Siglo de manos y la criatura (poemas, 1987), Eunoe (poemas, 1991), Cuerpos inéditos (relatos y poemas, 1995), Estado y ficción en Juan B. Alberdi (ensayo, 2001), No vienen avispas (poemas, 2012). También publicó los siguientes ensayos: "Iniciación al nombre" (Literal, 1977), "La risa del tiempo" (Sitio, 1981), "Dos teoremas en Oliverio Girondo" (Xul,1985), "El surrealismo envejece mal" (18 Whiskys, 1990), "El último Sarmiento"(La Buraco, 1992), "Pasolini: una provocadora independencia" (Tokonoma, 1995), "Arlt y el cero imperativo"(Tokonoma, 1996), "El Matadero: drama y construcción" (Pluma y Pincel, 1997), "El error de escribir" (Abyssinia, 1999),"Baudelaire: el comediante papal" (Diario de Poesía, 2001), "Giacometti y la vigilia de las estatuas" (Tokomoma, 2005),"Una generación de granito" (Universidad Nacional de Córdoba, 2008), "Osvaldo Lamborghini y Yukio Mishima" (Tokonoma, 2010) y "Lecturas de Museo" (Libros peligrosos, 2011).





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Publicacion actualizada 28 de enero 2015. 13:30 hs